Pablo Garcilazo
Casi no escucha. Siente un zumbido en su oído izquierdo, muy molesto. Y ninguna mosca se durmió allí. Comienza a saltar con la esperanza del destape y su apertura. No es posible.
Entonces, decide acercarse a la guardia de un centro de salud. Llega y la enfermera le informa que faltan dos horas para el inicio de atención en la guardia.
Su nombre es Ángela. Paz de ángel y de paciente para esperar la atención. Espera con tranquilidad, supone que va a llegar el momento. Pasada la hora y media, comienzan a llegar más personas. Una señora bromea “llegó la hora de enfermarse, ¿Quién es el último para la guardia?”, mientras tanto Ángela, comienza a sentir una picazón bastante picante, no como el ají de la mala palabra, pero con ese deseo de que pase pronto.
Llega su momento, la revisa un médico clínico y le diagnostica que tiene un tapón de cera y le recomienda que vaya al segundo nivel: que la vea un otorrinolaringólogo.
Se acerca al hospital, el otorrino no está de guardia. Atiende solo con turno, en determinados días del mes. Espera otras dos horas. Son las ocho y media de la noche. La atienden y el médico clínico le dice a la señora Ángela:
-Pero esto se hace en una salita de barrio, yo le recomendaría que vuelva allá, nosotros no estamos para eso, ahora si a usted en reiteradas veces le pasa esto, entonces sí, tiene que sacar turno con el otorrino para una consulta. El oído es un órgano que se limpia solo, no necesita una limpieza activa. Solo se limpia por afuera.
-El tema es que escucho poco doctor -le dice Ángela-. ¿No me puede hacer una limpieza acá?
-Sí, la entiendo, pero el gran tema, bah temón, es que acá se viene la guerra de Camboya, o sea, la guardia está por explotar, tírese el lance a ver qué le dicen las enfermeras. Yo, ya estoy por ponerme las herraduras. Aguante, señora. Aguante. Vio como dicen en la cancha. Mañana va temprano a la salita y solución terminada.
-Es que de allá me mandaron para acá.
Ya eran cerca de las nueve de la noche y Ángela, cansada y decepcionada se larga a llorar cuando regresa a su casa en el colectivo. El oído le sigue picando y escucha muy bajito. Para dentro pensaba: “Me mando un hisopo y ya está, que salga lo que salga”. “Los médicos me dijeron que no, pero ya pasaron cuatro horas y sigo igual”.
Al otro día ocurre lo posible: podes encontrarte cara a cara con quien más esperabas o no. Ángela se acerca a retirar una medicación al centro de especialidades médicas municipal y se encuentra con el secretario de salud de la comuna y le explica la situación. Todavía le pica el oído y oye poco. El toma cartas en el asunto para la pronta atención. En un centro de salud, se podía resolver.
Finalmente una enfermera le hizo un lavaje que le devolvió su total escucha.
Esa escucha que no estuvo en su peregrinaje de atención.
Los buenos oradores a veces solo se ponen el cassette.
Quizás dos orejas bien abiertas a lo Juan Román Riquelme y su topo gigio hubieran ahorrado ese oído no escuchado…
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Mirar como si fuera la primera vez lo cotidiano de nuestra ciudad y su gente. Con ese fin nacieron estos escritos, que se desprenden de los micros radiales “Acercando el oeste y Mar del Plata”. Son voces barriales desde la salud, la comunicación y la integración comunitaria.